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mayo 28, 2025

Ropa de colores

A Rodolfo le costaba encontrar la paz. El silencio le molestaba. Era un tipo ocupadísimo en un sin fin de quehaceres y siempre estaba preocupado por algo.

    A decir verdad, su ser olvidó lo que era la calma, o mejor dicho, adiestró su ser para nunca más hallarla. Inconscientemente sabía que si renunciaba a su pantalla de dinamismo se encontraría consigo mismo, sus recuerdos, sus miedos… su verdad. Y eso era como darse un encontronazo con un enorme paredón, porque no hay cosa más terrible que la aparición del fantasma de la verdad cuando es negada.

    Así vivía este hombre de cuarenta y siete años, en eterna ansiedad, un nerviosismo extremo que no le permitía disfrutar del ocio.

  Sin embargo, el éxito en los asuntos laborales era innegable: ocupaba un alto puesto en una importante empresa, vivía en la gran ciudad y sus cuentas bancarias eran abultadas. Su trabajo  era todo para él.

   Pero los fines de semana le resultaban fatales. Y hoy, domingo de un invierno furioso, en el que la nieve había venido acompañada de peligroso viento, se recomendó a la población evitar salidas. Se veía obligado a la quietud y, como sabemos, a Rodolfo eso no le causaba la más mínima gracia.

   Para entretenerse en esas largas horas, y como la empleada no venía los domingos, se puso a lavar unas camisas blancas del uniforme, las colgó en el tender y se sentó en uno de los sillones cerca de la ventana entreabierta, a fumar.

    Por una extraña razón esa ropa mojada que observaba en silencio, le recordó episodios de su niñez campestre junto a su abuela:

    —¡Rodo! ¡Rodo!— llamaba la anciana mientras tendía la ropa húmeda y lavada a mano en la soga.

    —¡Rodo! ¡Rodo! Rodo te estoy llamando. Seguro que estás escondido porque algo habrás hecho. ¡Ya vas a ver cuando te encuentre! —E inmediatamente cortó una varilla de un árbol, más para asustar que para aplicar sus latigazos.

    —¡Si no apareces en este momento no te haré el postre que te prometí!

    El hombre, con una sonrisa en sus labios, recordó que en esa ocasión se escondió dentro de un armario, muerto de miedo, no porque la abuela fuera un ogro, sino por el hecho ocurrido mientras saltaba sobre el lecho de ella y hacía tornos con las almohadas de un lugar a otro como desaforado, jugando vaya a saber a qué. Así, ese día, tuvo la  mala suerte de que se desprendiera el rosario de mármol que pendía de la cabecera de la cama de la abuela, y cuando lo fue a levantar algunos eslabones estaban rotos. Sabía la devoción de la abuela por la Virgen, lo había escuchado en conversaciones de los mayores, por lo que entendía que no lo perdonaría.

    Semanas más tarde, después del almuerzo, mientras la viejita y la nieta mayor permanecían sentadas jugando al dominó, él con ansias de llamar la atención, no tuvo mejor idea que tomar al gato de la cola, darle tres vueltas por el aire y aventarlo sobre los geranios color rosa viejo. La abuela se enfureció, pero pasadas un par de horas ya lo estaba tratando con ternura. El hombre reflexionó sobre ese amor inmenso, y consideró que ella fue  la única persona en amarlo de verdad.

    Él hacía estas cosas de diablillo no porque no la amara. En realidad, ella lo era todo para él, porque el niño no tenía ni papá ni mamá. En este punto la anciana encontraba la razón de la rebeldía del pequeño.

    Hoy domingo, esa ropa que colgaba del tender en su moderno apartamento de la gran ciudad, le traía la imagen de aquella soga campestre donde flameaban sábanas impecablemente blancas bordadas a mano, o ropa de todos los colores y tamaños. Ellas parecían tomar vida con el aire y bailaban bajo un cielo asombrosamente turquesa.

    Rodolfo meditó sobre la paz de esos días junto a su abuela. Sus ojos se inundaron de lágrimas al reencontrarse con ese tiempo  de vida sencilla, pero colmada de sentimientos inolvidables.

    Se sintió nostálgico, anheló la paz. Descubrió que, sin darse cuenta, la había encontrado al volver a su esencia.

©Patricia Palleres

 Basado en la obra: "Ropa colgada" de la pintora Nikoletta Király.

(Todos los textos del presente  blog son privados y tienen Derecho de Autor.)

8 comentarios:

  1. Muy emotivo tu relato. Casi sin planearlo logró ese momento de calma que rehuía pero que finalmente le trajo paz. Es muy común llenarse de quehaceres para evitar encontrarse con uno mismo.
    Abrazo!

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  2. Que suerte tuvo de no usar secadora, el baile de las camisas le dio vida, recuerdos y alegría, quizá ahora tienda ropa todos los días, la vida es mas que éxito profesional. Un cuento-historia precioso Patricia,. Abrazos

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    1. Hola Ester, las pequeñas cosas son las que nos dan vida y no al revés. Besote

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  3. Patricia tu relato nos lleva directamente a la realidad de nuestro mundo, amiga...Hoy hay mucha gente sin parar, sin encontrar un momento de silencio y soledad, porque no saben disfrutar con uno mismo y temen sentirse tristes o aburridos...Me alegro que tu protagonista encontrara en el recuerdo de su infancia su necesitada paz.
    Mi felicitación y mi abrazo por tus buenas letras.

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    1. Hola Ma Jesús, gracias por tu linda visita, sabes que valoro mucho tus comentarios sobre lo que escribo. Cariños amiga

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  4. Su anciana abuela le dio todo el cuidado, cariño y disciplina que pudo (pero a veces ello no alcanza) y su nieto creció hasta hacerse adulto, llevando las secuelas de una difícil conducta.
    Quizás fue su orfandad lo que detonó en él esa hiperactividad que lo afectó desde muy pequeño y lo hizo crecer en medio de una permanente ansiedad, donde además (recordando un párrafo de su vida infantil) tenía momentos de impulsividad, como cuando desfogó su frustración torturando a un animal.
    Hoy, ya persona mayor, continúa con características que hablan de una “inquietud” que calma con la hiperactividad que lo hace laboralmente muy productivo, pero emocionalmente vacío.
    La nostalgia que lo abruma al ver la ropa mojada que le trae “mágicos” recuerdos de otrora “tiempos felices” que siempre eran “travesuras” y “pequeñas maldades” al lado de la abuela que lo crio, es una demostración de que no todo está perdido en él, que aún existe esa capacidad de emocionarse y poder sentirse bien aun estando en reposo, recostado en un sillón, quieto y mirando unas ropas en el tendal mientras fuma un cigarrillo.
    Autora, me encantó tu obra, porque va mas allá de la imagen romántica de los recuerdos. Dibuja la profundidad que puede existir en la conducta humana (en este caso Rodo) y que la viene arrastrando desde su infancia para luego marcar su personalidad.
    ¡Brillante! … Es lo que me nace decirte luego de leerte.
    Autora… ¡Eres brillante!

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  5. Hola Juan Carlos, excelente análisis!! agradezco tus palabras sobre mí y mi obra. Saludo cordial!

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Gracias amigos por dejar aquí una de las cosas más sagradas que tenemos: las palabras
Las valoro con el alma.
Un gran abrazo, Pat