A decir verdad, su ser olvidó lo que
era la calma, o mejor dicho, adiestró su ser para nunca más hallarla.
Inconscientemente sabía que si renunciaba a su pantalla de dinamismo se
encontraría consigo mismo, sus recuerdos, sus miedos… su verdad. Y eso era
como darse un encontronazo con un enorme paredón, porque
no hay cosa más terrible que la aparición del fantasma de la verdad cuando es
negada.
Así vivía este hombre de cuarenta y siete
años, en eterna ansiedad, un nerviosismo extremo que no le
permitía disfrutar del ocio.
Sin embargo, el éxito en los asuntos laborales era
innegable: ocupaba un alto puesto en una importante empresa, vivía en
la gran ciudad y sus cuentas bancarias eran abultadas. Su trabajo era
todo para él.
Pero los fines de semana le resultaban
fatales. Y hoy, domingo de un invierno furioso, en el que la nieve había venido
acompañada de peligroso viento, se recomendó a la población evitar
salidas. Se veía obligado a la quietud y, como
sabemos, a Rodolfo eso no le causaba la más mínima gracia.
Para entretenerse en esas largas horas, y
como la empleada no venía los domingos, se puso a lavar unas camisas blancas
del uniforme, las colgó en el tender y se sentó en uno de los sillones cerca de
la ventana entreabierta, a fumar.
Por una extraña
razón esa ropa mojada que observaba en silencio, le recordó episodios de
su niñez campestre junto a su abuela:
—¡Rodo! ¡Rodo!— llamaba la anciana
mientras tendía la ropa húmeda y lavada a mano en la soga.
—¡Rodo! ¡Rodo! Rodo te estoy llamando.
Seguro que estás escondido porque algo habrás hecho. ¡Ya vas a ver cuando
te encuentre! —E inmediatamente cortó una varilla de un árbol, más para
asustar que para aplicar sus latigazos.
—¡Si no apareces en este momento no te haré
el postre que te prometí!
El hombre, con una sonrisa en sus
labios, recordó que en esa ocasión se escondió dentro de un
armario, muerto de miedo, no porque la abuela fuera un ogro, sino por
el hecho ocurrido mientras saltaba sobre el lecho de ella y hacía
tornos con las almohadas de un lugar a otro como desaforado, jugando vaya
a saber a qué. Así, ese día, tuvo la mala suerte de que se
desprendiera el rosario de mármol que pendía de la cabecera de la cama de la
abuela, y cuando lo fue a levantar algunos eslabones estaban rotos. Sabía
la devoción de la abuela por la Virgen, lo había escuchado en
conversaciones de los mayores, por lo que entendía que
no lo perdonaría.
Semanas más tarde, después del
almuerzo, mientras la viejita y la nieta mayor permanecían
sentadas jugando al dominó, él con ansias de llamar la
atención, no tuvo mejor idea que tomar al gato de la cola, darle tres vueltas
por el aire y aventarlo sobre los geranios color rosa viejo. La abuela se
enfureció, pero pasadas un par de horas ya lo estaba tratando con ternura.
El hombre reflexionó sobre ese amor inmenso, y consideró que ella fue
la única persona en amarlo de verdad.
Él hacía estas cosas de diablillo
no porque no la amara. En realidad, ella lo era
todo para él, porque el niño no tenía ni papá ni mamá. En este punto la anciana
encontraba la razón de la rebeldía del pequeño.
Hoy domingo, esa ropa que colgaba del
tender en su moderno apartamento de la gran ciudad, le traía la imagen de
aquella soga campestre donde flameaban sábanas impecablemente
blancas bordadas a mano, o ropa de todos los colores y
tamaños. Ellas parecían tomar vida con el aire
y bailaban bajo un cielo asombrosamente turquesa.
Rodolfo meditó sobre la paz de esos días
junto a su abuela. Sus ojos se inundaron de lágrimas al reencontrarse
con ese tiempo de vida sencilla, pero colmada de sentimientos
inolvidables.
Se sintió nostálgico, anheló la paz.
Descubrió que, sin darse cuenta, la había encontrado al volver a su
esencia.
©Patricia Palleres
Muy emotivo tu relato. Casi sin planearlo logró ese momento de calma que rehuía pero que finalmente le trajo paz. Es muy común llenarse de quehaceres para evitar encontrarse con uno mismo.
ResponderEliminarAbrazo!
Hola Soñadora, agradezco tu visita, te abrazo fuerte!!
EliminarQue suerte tuvo de no usar secadora, el baile de las camisas le dio vida, recuerdos y alegría, quizá ahora tienda ropa todos los días, la vida es mas que éxito profesional. Un cuento-historia precioso Patricia,. Abrazos
ResponderEliminarHola Ester, las pequeñas cosas son las que nos dan vida y no al revés. Besote
EliminarPatricia tu relato nos lleva directamente a la realidad de nuestro mundo, amiga...Hoy hay mucha gente sin parar, sin encontrar un momento de silencio y soledad, porque no saben disfrutar con uno mismo y temen sentirse tristes o aburridos...Me alegro que tu protagonista encontrara en el recuerdo de su infancia su necesitada paz.
ResponderEliminarMi felicitación y mi abrazo por tus buenas letras.
Hola Ma Jesús, gracias por tu linda visita, sabes que valoro mucho tus comentarios sobre lo que escribo. Cariños amiga
EliminarSu anciana abuela le dio todo el cuidado, cariño y disciplina que pudo (pero a veces ello no alcanza) y su nieto creció hasta hacerse adulto, llevando las secuelas de una difícil conducta.
ResponderEliminarQuizás fue su orfandad lo que detonó en él esa hiperactividad que lo afectó desde muy pequeño y lo hizo crecer en medio de una permanente ansiedad, donde además (recordando un párrafo de su vida infantil) tenía momentos de impulsividad, como cuando desfogó su frustración torturando a un animal.
Hoy, ya persona mayor, continúa con características que hablan de una “inquietud” que calma con la hiperactividad que lo hace laboralmente muy productivo, pero emocionalmente vacío.
La nostalgia que lo abruma al ver la ropa mojada que le trae “mágicos” recuerdos de otrora “tiempos felices” que siempre eran “travesuras” y “pequeñas maldades” al lado de la abuela que lo crio, es una demostración de que no todo está perdido en él, que aún existe esa capacidad de emocionarse y poder sentirse bien aun estando en reposo, recostado en un sillón, quieto y mirando unas ropas en el tendal mientras fuma un cigarrillo.
Autora, me encantó tu obra, porque va mas allá de la imagen romántica de los recuerdos. Dibuja la profundidad que puede existir en la conducta humana (en este caso Rodo) y que la viene arrastrando desde su infancia para luego marcar su personalidad.
¡Brillante! … Es lo que me nace decirte luego de leerte.
Autora… ¡Eres brillante!
Hola Juan Carlos, excelente análisis!! agradezco tus palabras sobre mí y mi obra. Saludo cordial!
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